La Universidad de San Salvador se prepara para recordar la masacre de los sacerdotes jesuitas del 16 de noviembre de 1989, en plena guerra civil (1980-1992), cuando los soldados del batallón anti-insurgencia Atlácatl, entrenado en los Estados Unidos, irrumpieron en la Uca y asesinaron al rector, el español Ignacio Ellacuría, a los también jesuitas Ignacio Martín Baro, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y el salvadoreño Joaquín López, además de la cocinera Elba Julia Ramos y su hija de 15 años Celina Mariceth Ramos.
La frase que seré el eje de las diferentes manifestaciones para recordar estos hechos proviene del artículo “Utopía y profetismo desde América Latina”, escrito por Ignacio Ellacuría (el más conocido de todas las víctimas): «No hay humanidad sin solidaridad compartida». Las actividades prevén una muestra fotográfica, la exposición de los carteles de los 24 aniversarios precedentes, la inauguración del auditorio de la Universidad dedicado a Elba y a Celina Ramos, la mujer asesinada con los jesuitas y su hija adolescente, la proyección de una película sobre la vida del obispo brasileño Pedro Casaldáliga, y la presentación de un mural sobre los jesuitas. La semana dedicada a los “mártires de la Uca”, como ha sido presentada, culminará con la misa, el día del asesinato, ante la tumba de mons. Romero.
Por estos sangrientos hechos, un coronel, dos tenientes, un subteniente y cinco soldados fueron procesados en 1991; siete de ellos fueron absueltos, dos condenados (el coronel Guillermo Benavides y el teniente Yusshy Mendoza) a 30 años de prisión; sin embargo ambos se habrían benefifiaco de una amnistía decretada en 1993 por el entonces presidente Alfredo Cristiani (1989-1994), pocas horas antes de la publicación de un informe de la Comisión de la Verdad de la Onu que atribuyó a la cúpula militar la responsabilidad de la masacre.
Con la amnistía el caso quedó archivado en El Salvador, pero volvió a la luz en 2009 en España con base en una denuncia presentada por la Asociación Pro Derechos Humanos ibérica y por la organización estadounidense Center For Justice & Accountability. La Uca sigue exigiendo que se esclarezcan totalmente los hechos y las responsabilidades de la masacre, fruto del «mismo odio que mató a monseñor Romero», dijo su sucesor, el arzobispo de San Salvador Arturo Rivera Damas.
Un periódico salvadoreño, “El Faro”, acaba de publicar un documento poco conocido. El acta forma parte de un informe más amplio archivado en el Centro de Justicia y Responsabilidad y que lleva como título “El Coronel Montano y la orden de matar”. Reconstruye los dos días cruciales, con las reuniones en las que se tomó la decisión de llevar a cabo la masacre. Después de una primera reunión, por la tarde, se lee en el documento: «El Coronel Ponce llamó al coronel Guillermo Alfredo Benavides y, delante de los otros cuatro oficiales, le ordenó eliminar al Padre Ellacuría sin dejar testigos». Según confesiones posteriores que hicieron algunos soldados acusados por los asesinos, el coronel Benavides salió de la reunión del Estado Mayor e informó a los oficiales del Colegio Militar que había recibido la orden en estos términos: «Él [Ellacuría] debe ser eliminado y no quiero testigos».
La operación duró alrededor de una hora. El informe la describe de esta manera: «El Padre Martín-Baró abrió la puerta de la residencia, dejando voluntariamente que entraran los soldados. Después de ordenar a cinco de los sacerdotes que se echaran boca abajo sobre una lomita cubierta de hierba, dos soldados les dispararon, uno por uno. A pocos metros de distancia, otro soldado mató a Elba Ramos, quien abrazaba a su hija Celina. El teniente José Ricardo Espinoza Guerra, el único soldado que se había cubierto el rostro con grasa de camuflaje, confesó después que él dejó el recinto universitario en lágrimas: el Padre Segundo Montes, que ahora yacía muerto en el suelo, había sido el rector cuando él era estudiante en el Externado de San José. Otro de los actores materiales recordó que los sacerdotes no se veían peligrosos, ya que estaban “bastante viejos, sin armas ” y “en pijama”. Pero él dijo que su coronel le había dicho que los sacerdotes eran “delincuentes terroristas”, y que eran “sus cerebros lo que importaba”».
Todos los cuerpos fueron encontrados con tiros de gracia. Un sexto sacerdote murió pidiendo que no lo asesinaran, mientras los soldados discutían entre ellos para tratar de atribuir la responsabilidad de la masacre al FMLN.